Esto no va a ser fácil de escribir. Pero chicos, he de contarlo, he de contároslo. Va a ser una especie de catarsis, espero. Porque así me recuerdo, acurrucada en el suelo, y en las sombras. Y es que te temía. Cada vez que íbamos por la calle y me obligabas a mirar al suelo si nos presentaban a un chico, por ejemplo. Mis amigas me contaban que los chicos decían que yo era una muchacha triste, pues siempre miraba hacia abajo. No sabían que no se trataba de tristeza, si no de miedo. Tus celos patológicos, tu hiperviolencia, tu mala leche. Todo eso recuerdo.
Lo peor era al llegar a casa, en la intimidad. Primero eras muy suave, casi amable. Pero te gustaba el efecto sorpresa, acuérdate. De repente, y sin venir a cuento, y propiciado por historias que sólo tú sabías, me cogías fuerte del pelo y me tirabas de un fuerte empellón al suelo. Tus patadas no eran con el empeine, no. Habías depurado la técnica. Lo hacías de arriba a abajo, golpeándome con la suela y el tacón, una y otra vez, una y otra vez. Dolía mucho, pero mucho. Ni mis gritos, ni mi llanto te ablandaban. Golpeabas de arriba a abajo otra serie. Cambiabas de pierna para no cansarte. Me dolían los hombros, la espalda, los pechos, todo lo que golpeabas.
Después de la fase de dolor, comenzaba la fase de la humillación. Te agachabas, hacías sonar tu garganta, y me escupías varias veces en el pelo. Decías que no te gustaba el color. Sólo una vez conseguiste que fuera rubia, ninguna vez, morena, como querías. Me negué, era mi victoria particular. Estúpida y vana victoria, pero mía. Decías que mi pelo rojo natural, potenciado casi siempre por el tinte, era de zorra. Y que los escupitajos era lo que me merecía hasta que lo cambiase al color que te gustaba: el negro, como tu alma.
Te odio, y por eso huí de ti. De ti y de tus dos matones. Sé que si algún día me encuentras me matarás. Porque dices que soy tuya, y todavía no sabes que pertenezco al verano y al cielo, a la bondad y a la sonrisa, al correr libre pisando la arena, a las canciones bailadas despacito ...
Sigo soñando que Él llegará en cualquier instante, y me alejará de ti definitivamente. Que a partir de ese momento la saliva será erótica y consentida, y los golpes, suaves cachetes en mis nalgas. Que se sustituirán las patadas por las caricias, y que mis lágrimas serán de felicidad y no de dolor.
A veces pienso en mi alma como en un pajarito con el ala rota. Está en el suelo de una gran ciudad intentando levantarse. Todavía vive, pero no sabe por cuanto tiempo, y su desesperación sola no puede hacer que remonte el vuelo. Un transeunte pasará, y sin darse cuenta lo pisará. Sus huesecillos de arena crujirán y el pajarito morirá, con una lágrima en el ojo y escupiendo sangre. Como estaba yo en aquel suelo.
[Dedico esta dura entrada a todas las mujeres (y algunos hombres) que han sufrido este dolor. Y también a todos los hombres buenos que jamás lo infringirían]
Siempre a contraluz la verdad que sienta muy bien deja volar nuestra imaginación.
ResponderEliminarUn saludo desde Vlc
Gracias, desconocido. No ha sido una entrada fácil de escribir. Hay cosas que sólo pertenecen al mundo de las sombras.
Eliminarabrazame y llora.
Eliminarexplorador de angkor wat
Gracias, Lluís. Eres un amor.
EliminarKocham cie.
..las sombras son pasado.Mira siempre al frente!Todo el apoyo del mundo!
ResponderEliminarHay vivencias que te rompen para siempre.
ResponderEliminar..NO!..haz que nada te rompa jamas..
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