Cojo el bus para ir a mi centro de estudios. Al
subir me sitúo en la parte central, de pie. Llevo poco rato cuando noto una
mirada insistente sobre mí. Ya sabéis, esa sensación de que alguien te está
mirando. Giro la cabeza y veo al protagonista de mi sensación. Se trata de un
apuesto hombre de unos treinta y tantos con barba que está sentado en la parte
final del vehículo.
Percibo que su mirada se dirige a mis piernas, que
ese día llevo enfundadas en unas medias. Por encima de ellas una minifalda;
endendedlo, una tiene que lucirse de vez en cuando ¿no?
Cuando veo que el asiento a su lado ha quedado
vacío me dirijo a él sin pensármelo dos veces. El desconcierto del cazador
cuando la presa se revuelve y hace algo inesperado es digno de contemplarse, creedme.
Adopto el “modo suave” en mi voz, en el que casi la
convierto en una voz de niña pequeña y desvalida para pedirle si me deja pasar. Aparta las
piernas y no pierdo el tiempo: roce con mis piernas, mi pelo, mi aroma, mi yo
entero.
Una vez sentada a su lado dejo que pase un cierto
tiempo de adaptación a la nueva situación, por ambas partes.
Percibo por el rabillo del ojo que mira hacia
abajo, hacia mis rodillas, momento que aprovecho para un cruce de piernas a lo
Sharon Stone, pero sin testigos enfrente. Además, yo llevo bragas.
Al ratito paso a la acción. Giro mi cabeza y muy
cerquita le susurro si tiene hora. Mi aliento de fresa lo descoloca un poco. Indica
que sí, traga saliva y extiende el brazo para mirar su reloj, momento que
aprovecho para cogerle la muñeca y mirar la hora yo misma. No se esperaba esa
invasión sutil de su espacio personal, aunque debería haberse dado cuenta a
esas alturas que lo he conquistado y puesto mi bandera polaca desde hace ya
varios minutos. Conquista fácil, además; el enemigo apenas ha prestado resistencia,
diría el parte de guerra.
El bus avanza con la pereza de las mañanas de
agosto, somnoliente y lento. Él no sabe cómo empezar la conversación. Se muere
de ganas, lo noto. De todas maneras pienso que no le va a dar tiempo. Bajo en
la siguiente parada, pero él no lo sabe.
Cuando se acerca el momento le pido si me deja
salir. Con un movimiento de desgana aparta de nuevo las piernas. Nuevos roces,
esta vez de despedida, de adioses, de fines en sí mismos.
Justo antes de que se abran las puertas y acabe
bajando me giro a mirarlo porque sé que me está mirando. Efectivamente.
Y con todo el descaro del mundo con que la
naturaleza me ha dotado le guiño un ojo y le sonrío.
Lo último que acierto a ver de él me desconcierta
esta vez a mí. Mucho. Esperaba otro tipo de reacción, de mirada. Lo que acabo
viendo me deja fuera de juego, pues no me lo espero. Porque en lugar de la
mirada de desconcierto o aún de rabia ante la incomprensión de lo que ha pasado
me encuentro con su sonrisa. Y es también una sonrisa de despedida, en la que parece
querer decirme: “Eva, me ha encantado que tu vida y la mía se hayan rozado.
Gracias por este momento. Que te vaya bien en la vida”. A lo cual me apetece
responder aquí, en este blog, una respuesta que él jamás leerá: “Gracias a ti,
desconocido atractivo, por mirarme, por admirarme. Y por haber inspirado este
humilde texto”.
Siento envidia de aquel hombre de mediana edad que podía haber sido cualquiera, por contemplarte. Tuvo la fortuna de que le regalaras unos minutos de tu vida, unas palabras de tus labios de chica azul, que acariciaras su muñeca para verle la hora, un guiño de tus ojos, poder contemplarte y olerte...
ResponderEliminarLe envidio profundamente. Excelente entrada, como siempre da gusto leerte.
Jo, me pones rojita.
EliminarGracias por leerme, por estar ahí, por ser tan mono.
Muuuuak !!!!
te extrañaba el descaro
ResponderEliminarLa vida hay que tomarla con todo el descaro y el desparpajo del mundo. Sólo se vive una vez. Es irrepetible, como el primer beso.
EliminarUno para ti, por cierto ;)
el explorador de angkor wat: has pensado que ese hombre podria ser yo, después de soñarte fui en un bus y aparecieste tu, con esa mini que parecia un cinturón y esas medias que indicarón el camino de donde se deberia clavar el mastil, tal vez ya te conozco y estoy esperando nuestro proximo encuentro, tal vez en un ascensor, sin testigos donde no te puedas escapar...en los vestuarios del gimnasio...quien sabe, estas perdida mi ángel
ResponderEliminar¿Qué harías conmigo, explorador? ;)
EliminarEn ese ascensor, en el gimnasio ...
Puestos a escoger prefiero una sauna. Me pongo delante tuyo con una toalla ... y la dejo caer al suelo. Veo cómo tu mástil se yergue. Me pongo encima y te cabalgo.
Muuuuak !!!!
explorador de angkor wat: es hoy mi cumpleaños, pensarás en mi?
ResponderEliminar¡¡¡ Claro !!!
EliminarMira si es así que he escrito la entrada número 100 (cosa especial) y te la he dedicado.
¡¡¡ Muuuak !!!!
¡¡¡ Felicidades !!!!!
Guárdame tarta, que soy muuuy golosa.
..eterna EVA!!
ResponderEliminarEterna atracción entre las personas.
ResponderEliminarGracias, Alberto.