domingo, 28 de julio de 2013

Guitarra rota


Hoy mi guitarra está rota. Y todas las guitarras del mundo.
Hoy me entero de la muerte hace dos días de uno de mis músicos fetiches, J.J. Cale. Por eso deberían de callar todas esas guitarras del mundo. Para guardar silencio de espera y dolor.
Mister Cale, su música me ha acompañado en tantos malos y buenos momentos que ya forma parte de mi vida. Lo confieso, esperaba con anhelo de confitura de fresa su próxima música, como siempre. Pero ya no habrá más. Yo seguiré bailando la madrugada y el ocaso al son de su guitarra, mientras se pone el sol, junto al mar. Con los brazos en alto, para gritar mi libertad a la vida y al cielo.
Cuánta música, cuánta: Magnolia  me ha acompañado en mis noches tristes y de gris nostalgia. Sólo por esta canción la vida ha merecido la pena ser vivida. Siempre lo he dicho, no es una canción, es una caricia. Mama don't ha estado presente en mis locuras de pelo alborotado. Y ese Strange Days tan rítmico y correcto de su último disco. Tantas ...
En estos instantes me viene a la memoria aquella anécdota que se cuenta de usted, cuando irrumpió esa especie de moda de hacer Play Back en las actuaciones de televisión. Le invitaron a cantar en un programa y le explicaron en qué consistía el invento. Su música y voz sonarían y usted tan solo debería de mover la boca. Fácil, magnífico, tentador. Pero usted se negó. "¿por qué?" le preguntaron. Y usted respondió: "Porque soy músico, no actor".
Hoy la Música ha perdido parte de su alma. Por eso hoy deben callar todas las guitarras de mundo, porque están rotas. Y si no lo hacen, deberían. Sí, deberían.

viernes, 12 de julio de 2013

El país de las chicas azules III


En estas tierras de arenas blancas y mares tranquilos vivo los veranos y los otoños, las serenidades y las pasiones. Sus aguas templadas te sumergen y rodean acariciando tu cuerpo, tocándolo con dedos largos y lascivos.
Aquí nos bañamos en la época estival todos juntos y celebramos la vida y las nostalgias. Las risas de los niños mezcladas con las olas que llegan a la orilla consiguen el olvido de la inquietud y la serenidad del alma.
Durante la Fiesta del Solsticio todos salimos a las calles por la noche a respirar el jazmín, a vivir la luna, y a danzar suavemente al son de la música que emiten los zepelines que nos sobrevuelan todo el día. Adornamos las calles con farolillos de papel fluorescente color naranja y rojo. Y no hay más luz que la de esas efímeras linternas de la noche, que dan a nuestros rostros un aspecto de demonios risueños y gamberros. Pintamos las puertas de las casas de colores vivos, para descubrirlos al día siguiente y asombrarnos de nuevo de nuestro atrevimiento.
Durante toda esa noche las chicas azules salimos al centro de las plazas y bailamos un voimel, con los brazos abiertos y las miradas hacia lo alto. El kivra resplandece a varios kilómetros de altura y da a la noche ese aspecto de aurora boreal tan inquietante, pero tan eterno a la vez. Todo se vuelve bonito, las azaleas, las petunias y las orquídeas de los jardines gritan colores serenos pero potentes que nos generan dicha y alegría, llevándose la pena y los pesares; inundando los ojos de los niños y los mayores. Es tiempo de encuentros y perdones, de sexo y de presencias, y de relajación color caramelo.
Después, al final de la noche, el cansancio del baile nos da una sed amarga y consciente y los chicos nos ofrecen a beber de sus copas el gosh dulce y bueno, mientras nos miran con ojitos pequeños.
Y todos nos retiramos con las primeras luces de la mañana, a esperar un nuevo día de verano en este país azul y cálido, en el que el sol calienta lo justo, para no agobiarte en tu vida, y para recordarte que es bonito vivirla.