Me acerco a la ventana empapándome de la primera luz de la mañana. Casi desnuda, para recibirte y para sentirte en tu calidez. Admiro los tonos blanquecinos de esa luz madrugadora, que calentará nuestros cuerpecitos a lo largo de la sinuosa y amarilla jornada.
En realidad no sé lo que me deparará este día. Pero ¿alguien lo sabe, querido lector? ¿Acaso tú sabes lo que te va a acontecer a partir del momento en el que dejes de leer esto y sigas con tu vida?
Porque dentro de un rato cerrarás esta ventana virtual y apagarás el ordenador o el móvil, y es en ese momento en el que empieza el juego. Muchas cosas dependerán de ti; otras no. Pero todas con ese sentido de la verde maravilla llamada vida.
Aparecerá entonces la incertidumbre y el temblor ante lo no previsto, lo no registrado. Es cuando la vida se percibe como fabricada en papel cartón, falso material, pero con apariencia duradera. Estéticamente perfecta, espiritualmente deforme.
La luz de la ventana me ilumina y tú me miras desde la cama. Sin poderlo resistir te levantas y te acercas. En un momento ya me has quitado las braguitas y siento tu erección en el trasero.
Como el poema, contemplo la luz de otros días: los recuerdos. Sé perfectamente que mientras me follas estoy construyendo un nuevo recuerdo, dulce y sereno, apacible y con sabor a confitura de almíbar.
Cuando acabe el día tendremos, tú y yo, una nueva luz que iluminará nuestras vidas. Será la luz de los recuerdos fabricados el día 14 del mes de abril del año 2013.
Y te aseguro, guapísimo lector, que esa luz tuya y mía, esos recuerdos fabricados en este período de tiempo llamado día, no le importará a nadie dentro de unos años. Tampoco lo recordarán.
Ni siquiera tú.
Ni siquiera ... yo.
[Dedicado a Emmanuel. Por aparecer, por reaparecer. Por no desaparecer.]